martes, 23 de diciembre de 2008

Me sigue una ardilla

Dedicada de todo corazón a Toronto, primer y único seguidor oficial de este blog...

Cuando tengo un momento libre me gusta ir a dar un paseo por el parque, sentarme a leer, fumar un cigarro, mirar a la gente... Los parques de esta ciudad son pocos y no demasiado espectaculares. No son como el Central Park o Hyde Park. Aparte de los perros con sus amos, los pájaros o algún gato furtivo, es difícil ver algún animal. Tienen miedo y no les falta razón. No es el nuestro un pueblo al que le caracterice el amor por la fauna y sí por las muchas y variadas formas de inflingirle torturas más o menos sofisticadas.

Así que mi sorpresa fue mayúscula aquella mañana de otoño en la que, como he mencionado antes, salí a darme un paseíto por el parque de la Ciutadella. Me había sentando en un banco y leía el periódico, despreocupada y ajena a lo que me rodeaba. Hasta que, de repente, me pareció ver unas patitas peludas por debajo del periódico. Levanté la vista por encima de éste y comprobé que enfrente mío una ardilla me observaba con atención.

- Ui, hola, ardilla, ¿qué haces tú aquí? -

Imaginé que tal vez había escapado de la casa de alguien a quien le gustara tener bichos poco convencionales en casa. Y para poco convencional, esta ardilla, que se acercó a mí y con una de sus "manitas" tiró un poco de mi pantalón para después retirarse unos pasos y seguir mirándome.

- ¡Qué graciosa eres! ¿Quieres que juegue contigo?-

Me puse en pie y me acerqué hasta donde estaba ella. Volvió a repetir la operación: me tiró del pantalón y se alejó unos pasos. Y así una vez y otra vez hasta que llegamos a la salida del parque.

- Ahora querrá volver adentro - Pensé. Pero no, siguió tirando y tirando del pantalón por el largo paseo que llevaba hasta la estación de Arc de Triomf ante la atónita mirada de los viandantes, a los que yo miraba encogiéndome de hombros y con cara de "a mí me encontró en la calle".

Cuando llegamos a la estación de tren pensé que ahí se acabaría la aventura, que mi pequeña amiga se asustaría y saldría corriendo hacia el parque. No, de nuevo no. Tiró del pantalón y bajó las escaleras de la estación, desde donde me observaba con una expresión como de "¿a qué esperas?". En fin, era festivo y tampoco tenía nada mejor que hacer.

Ya estábamos en las taquillas y comprendí que quería que las pasáramos. Saqué mi abono y recogí a la ardilla del suelo.

- Será mejor que aquí te lleve yo. Podría pasarte cualquier cosa- La tomé en brazos, pero no permaneció muy tranquila. Pasó todo el viaje con el morro pegado a la ventana, inquieta, ¿a dónde quería ir? No tardé en saberlo. Nos bajamos en la estación de Sants donde corrió escaleras arriba hasta el acceso al AVE.

- No es posible... Mira, roedora... ¿las ardillas sois roedores, no? En fin, da igual. Si lo que quieres es ir a Madrid, estupendo, ¿pero no pretenderás que...? -

Pero ella bajó las orejitas y me miró con tanta tristeza que casi me rompe el corazón.

- Bueno, vale... Pero antes tendremos que comprar el billete. Si lo hacemos, lo hacemos bien. -

Dio unos saltitos como de alegría y compramos el billete. El tren no tardaría en salir y yo no podía creer en lo que se había transformado mi tranquila jornada de lectura. De perdidos al río. Al Manzanares, en concreto.

Una vez en el tren volvió a pegar el morrillo en la ventana. Parecía emocionada y feliz, y de tanto en cuando me tiraba de la manga para que yo también viera alguna cosa que llamaba su atención. Era como viajar con un niño de cinco años.

Y llegamos a la estación de Atocha, donde volvió a su rutina del tiro del pantalón.

- Bueno, ya estamos aquí... Imagino que por lo menos querrás ir a la Casa de Campo, ¿no? ¿Tu familia está allí? -

Pero no, tras la consabida compra del billete, la ardilla me condujo hasta un andén donde tomamos un tren en dirección a Parla.

- ¿Parla? ¿Quieres ir a Parla...? -

No. No era a Parla el destino del animalito. Cuando llegamos a Getafe Centro volvió a tirar con una fuerza inusitada del pantalón. Y aquí el viaje se convirtió en una carrera. Subió la escalera mecánica a toda pastilla, como ardilla que lleva el diablo. Yo corría tras ella, temiendo que algún viandante la pisara sin darse cuenta o que un coche la atropellara. Corrí y corrí tras ella por las calles de Getafe y la gente miraba y reía y yo con mi cara de "a mí me encontró en la calle", pero sin resuello. Y de repente se detuvo.

Bajé la cabeza y apoyé las manos en las piernas para recuperar el aliento. Era invierno pero sudaba como si hubiera atravesado el desierto. Cuando levanté la vista pude observar que estaba delante de un bar con un cartel que decía "El Soportal".

- Qué bien... con la sed que tengo... -

Al entrar en el bar vi que la ardilla estaba encima de la barra, al lado del surtidor de cerveza que... chupaba con cierta fruición. La cerveza se le derramaba por las comisuras de la boca y bañaba su peludo cuerpecillo. El camarero permanecía inmóvil y boquiabierto con un plato en la mano que había contenido una ración de panceta, ahora en el suelo. Me acerqué a la ardilla y durante unos segundos la observé en silencio.

- ¿Se puede saber qué estás haciendo? -

Ella paró de beber, se limpió la boca con la manita y, tras tomar aire, me preguntó con un fuerte acento del Alt Empordà:

- ¿Tienes un gelocatil? -

jueves, 18 de diciembre de 2008

Apatía

... Primer intento. Resultado: nada.

... Segundo intento. Consigo escribir lo que hasta aquí se puede leer.

Se acaba el año y parece que con él se va también la poca energía que me quedaba. Tras varios meses de caos emocional y de tomar la firme decisión de acabar con todo aquello que me robaba tiempo, concentración y energía, me encuentro con que no me queda nada... Excepto la percepción de estar en medio de un páramo, mirando a un lado, mirando a otro, para adivinar cómo salir de aquí. Pero solo oígo a un buho ulular (hermoso verbo). Y estoy paralizada. Y no tengo miedo, pero tampoco siento ninguna otra emoción. Sólo sé que estoy aquí, concentrada en mi inmovilidad. Sabiendo que lo único que tendría que hacer es ponerme en marcha. A algún lugar llegaría. Pero sigo mirándome los pies, y el buho no me dice nada porque esto no es una fábula. No hay moraleja. Solo hay inmovilidad. Por eso este texto acaba justo aquí.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Winterville y Summertown

La chica de Winterville y el joven de Summertown se conocieron en un crucero por Springfield. Ella jugaba con un balón hinchable al borde de la piscina, con su biquini blanco de lunares rojos. El joven de Summertown la miraba extrañado, sentado en una tumbona, protegiéndose del fresco – que él sentía – con su blazer, su cuello cubierto por un pañuelo anudado a modo de corbata y una mantita ¿Es que no tenía frío? Mírala, encima ahora se lanzaba sonriente a la piscina como una especie de misil pequeño y redondo. La muy inconsciente, se va a resfriar...

¡SPLASH!

¡PERDÓN, SEÑOR!


La muy perra, ¿por qué estaba tan feliz? Los únicos seres con menos ropa en el mundo eran los miembros de algunas tribus del Amazonas, y allí estaba ella, venga a dar volteretas y grititos, revolcándose como un cerdo en el barro.

- Señor, lamento haberle puesto perdido, ¿cómo podría compensarle?

- ¡Vistiéndose, descarada! ¡Y deje de salpicarme!

- Pero con lo rica que está el agua... vamos, anímese y venga a darse un chapuzón conmigo.

- ¡No! ¡Hace mucho frío!

- ¿Frío? – Pensó la chica de Winterville – Se va a enterar este de lo que es el frío... Muy bien, pues lo arreglaremos de la siguiente manera: le invito a pasar un fin de semana en mi casa, donde será tratado con el debido respeto y atención.

El joven aceptó la invitación y semanas más tarde tomó el expreso que recorría la distancia que separaba las dos ciudades. Durmió durante todo el trayecto, hasta que una intensa sensación de frío lo despertó. Se asomó a la ventana, descubriendo un paisaje semejante al de una postal de Laponia. En el andén apreció la figura de la chica de Winterville, esta vez vestida con un abrigo rojo, unos manguitos y un gorro de piel. Parecía un personaje del Doctor Zivago. Seguía sonriendo... ¡El frío no es gracioso!

La puerta del tren se abrió y la más que baja temperatura heló hasta su última gota de sangre.

- Mire, señorita, de veras que agradezco mucho su oferta, pero si doy un paso más, moriré. De todos modos, deseo agradecerle su invitación. ¿Por qué no viene usted a verme a mi finca en Summertown? Le prometo que será bienvenida y le dejaré chapotear todo lo que quiera en mi piscina.

Algo desconcertada, aceptó la invitación y contempló cómo el tren se perdía en la lejanía.

Pasaron unas semanas y la chica de Winterville realizó el trayecto inverso. Al contrario que el joven de Summertown, permaneció despierta durante todo el camino, observando el cambiante paisaje, emocionada ante la perspectiva del chapuzón en la piscina.

El joven de Summertown llegó un poco tarde a la estación de tren. El expreso que llegaba de Winterville ya había partido, pero imaginó que la chica lo esperaría. Miró a un lado y a otro, pero no vio a nadie. De repente, algo en el suelo llamó su atención. Había un charco con algo que parecía un trozo de tela. Se acercó y contempló que lo que había sobre el charco era un biquini blanco. Con lunares rojos.

sábado, 13 de diciembre de 2008

El Efecto Vacaloura


Basado en hechos reales...

Yo, muy bien ya no estaba cuando decidí tomarme aquellas infaustas vacaciones del verano de 2002. Y mira que ya me habían avisado mis parientes y amigos: que no tienes la suficiente madurez emocional, María -que no tenía la suficiente madurez intelectual, me decían los más bordes-, que lo vas a pasar mal, que a saber a qué se dedicará tu amigo ese, que esto no te va a traer nada bueno, que tú no eres nada competitiva... pero yo erre que erre, que más se perdió en Cuba que vosotros no lo conocéis, que es muy buen muchacho pa sus cosas. Yo qué sé, sólo quería irme de vacaciones.

La cuestión es que algo raro me olí yo cuando bajé del tren, y no es que sea especialmente intuitiva. En la estación de tren de Santiago de Compostela me esperaba mi amigo Barto con una amplia sonrisa y algo que parecía un bebé envuelto en una toalla blanca y que mecía suavemente entre sus brazos. "¡Caramba con Bartolo!" -pensé- "¡si que le cunden las visitas a esta santa tierra!". Imaginé que el año anterior algún pendón compostelano se lo habría camelado y ahora se veía obligado a ir de un lado a otro cargando, cual gitana de Rumania, con un churrumbel. Aún así, se le veía radiante y me abstuve de proferir ningún comentario hiriente, ya que un padre primerizo puede ser un elemento muy sensible.


A medida que me acercaba al mozo, percibí que el objeto que con tanto amor acunaba tenía aproximadamente el tamaño de una mancuerna de dos quilos. Pequeño para ser un bebé... humano.

-"Qué bonita que es mi niña, qué bonita cuando duemme, que parece una amapola entre los trigales verdes..."-

Lo que faltaba, no sólo era padre, además era tonadillero.

-¿Barto?-

-¡María! Mira, Negra Otero, mira quien ha venido, ¡la Tita Mari!-

¿Tita Mari? ¿Ésa soy yo? ¿Negra Otero? ¿Estoy empezando a tener miedo nada más llegar? ¿Tenían razón mis amigos y familiares y aquel viaje tenía más peligro que una visita guiada a la central nuclear de Chernovil? Eran demasiadas preguntas para una recién llegada adormecida. Aún así, como soy muy educada, le mostré la mejor de mis sonrisas al resplandeciente Bartolo, le di un par de besos en sendas mejillas y mirándole con cara de "tú ya sabes que me tienes pa lo que quieras en estos momentos tan difíciles", me incliné suavemente para reconocer a su criaturita, y en ese mismo instante, creí morir: Lo que Barto mecía con tanto cuidado era una especie de escarabajo negro y enorme, poseedor de unas enormes pinzas frontales y que yacía patas arriba.

- Negra Otero, Negra Otero, dale un besito a la tita Mari, perdónala, hija, es que me ha salido más tímida... -


Queriendo entender que no hablaba en serio, le seguí la corriente y con tono jocoso le contesté:

-Deja, deja, ya sabes como son los críos, cuanto más les fuerces a hacer una cosa, más se rebelan-

-¡¡¡Cri-cri-cri!!!!-

-¡Ole mi niña, si ya dice sus primeras palabras! ¿Oyes, María, cómo dice "papi, papi”? Acércate, mujer, cógela si quieres-

-No, deja, no tengo prisa... si hay más días que sartenes-

-¡Porra, no seas tímida!, fritico me tenéis entre la niña y tú, ¡tanta timidez, tanta timidez!-

-No es una niña... –

-¿Cómo dices?-

- Para ya, hombre, ¿no ves que...?, ¡ui, qué ruido hace!-

-¡¡¡Cri cri cri cri!!!-

-¡Negra Otero!, como no le des un beso a la tita Mari, me saco la chancla y te pongo las tenazas del revés, tú tranquila, que no le sirven pa na-


Como ya he mencionado, no quería herir sus sentimientos
paternozoofílicos y me incliné sobre el bicho con una -más que forzada- sonrisa.

-¡Dios mío... ay!!!, ¡Se me ha agarrado a un pezón!!!-

-Discúlpala, es que a esta hora le suelo dar la merienda, y claro, la pobretica debe estar con hambre-

Reí histéricamente.

-Me irás a decir ahora que la cosa esta mama... -

-Oye, oye, un poco de respeto. "La cosa", como tú le llamas, tiene un nombre. Y no, mamar no mama, secciona. Pero no seas así, mujer, ¿no ves lo bonita que es?-

- Lo que tú digas, pero que se me suelte que... ¡¡¡¡ ay, quita, bicho!!!-

-Negra Otero, que no te lo tenga que repetir, Negra Otero es su nombre-

Asustada, yo, ya lo estaba y eso que no sabía que lo peor estaba por llegar, que aquella visita es lo más parecido a una de esas películas de terror americanas para adolescentes que he vivido en mi vida.

Después de un paseo por las calles de Santiago, en el que Bartolo me hizo llevar la maleta en la boca porque si no "Negra Otero se pone muy nerviosa", llegamos al hospedaje donde Bartolo y su vástaga vivían su extraña existencia. El primer sobresalto me lo llevé con la dueña, que me recibió con sin igual desenfreno.

-Ay... eres la hija que nunca tuve... son 15 euros por noche, ¡puta!-

En ese instante, tal vez asustado por el agudo tono de voz de Maruxa, el escarabajo saltó de los brazos de Barto y emprendió su huida pasillo a través. Por su parte, Barto salió corriendo detrás mientras lloraba amargamente.

-Mi niña, ay, ¡mi niña!, que está en la flor de la vida y algún vicioso me la va a desflorá... -

Así que quedé a la suerte de la Señora Maruxa, una gallega de pequeña estatura y enorme esquizofrenia que ora me comía a besos, ora me corría a alpargatazos. En una sus fases pacíficas me acompañó hasta el cuarto donde Bartolo dormía, mientras subíamos las escaleras, dos escenas llamaron mi atención: la primera transcurría en uno de los cuartos de baño, donde un hombre pequeño, de apariencia sombría, recolectaba pelos en un cuarto de baño y por cada pelo que añadía a su colección, emitía un gritito ahogado como de placer. Aunque algo asqueada, incliné la cabeza en señal de saludo, pero el personaje cerró la puerta de una patada. Después, en
el sofá de lo que parecía ser un salón familiar, se sentaban dos hombres. Uno de ellos, de unos treinta años, con acento brasileño y aspecto de seminarista, aleccionaba al otro, de unos cincuenta años, cabello muy blanco y que abrazaba con aire ausente una foto enmarcada de Juan Pardo, acerca de los poderes curativos de los percebes, especialmente si estos se comían sobre una gaita hinchada.

-Outra cousa te hinchaba yo a ti, maricón... -

-¡¡¡¡UUHHHH!!!-

-Aquí todos nos queremos mucho, este es un ambiente muy familiar, bonita - dijo Maruxa -Te vas a sentir como en casa, cerda, ¡ni se te ocurra mirar a mi marido! - añadió, refiriéndose al hombre que abrazaba la foto de Juan Pardo.


A menudo remanso de paz y fraternidad me había traído Bartolo. Aún así, conservé el espíritu bien alto ante la expectativa de conocer la ciudad, y por qué no, de comerme un buen pulpo a feira, pero me duró poco, Bartolo entró en la habitación con Negra Otero en brazos y solemne, pronunció las siguientes palabras:

-Aquí, la verdad, comemos poco, mi Negra otero es de lo más frugal y yo he decidido seguir su ejemplo: Nada de empanada, nada de pulpo, nada de ribeiro, que se me pone todo en los muslos- y esto lo decía mientras el bicho destrozaba con sus fauces un libro de gramática gallega. Bartolo la miraba embelesado.

-Qué aplicada que es..., mira como estudia-

-¡Te está destrozando el libro, Barto!- Contesté alarmada.

-No, mujer, lo que ocurre es que estudia con ahínco-

De lo que fue un libro de texto ahora sólo quedaba una pelota de papel que Negra Otero empujaba de un lado a otro de la habitación, y unas hojas rotas y sueltas por el suelo. Sin avisar, entró Maruxa en el cuarto arrastrando un pequeño colchón y unas sábanas que, con su brusca amabilidad, arrojó sobre mi persona. Caí en una esquina del cuarto, y durante unos segundos en los que no conseguí ver nada, llegó a mis oídos la siguiente conversación:

-ZIIIP-

-¡Maruxa, que te pierdes!-

-¡No eres guapo, pero pareces gallego!-

-¡Suelta eso, aaayyy, Negra Otero, ataca!-

-¡No te me resistas, morenu!, ¿Qué es esto?, ¡Dios nos asista, vacalouras, haberlas, haylas!-

-¡BAM!-

Cuando conseguí deshacerme del lío de colchón y sábanas, vi a Barto sentado en su cama, despeinado y subiéndose la bragueta. De un salto me arrebató el colchón y las sábanas, y sin mediar palabra, improvisó una cama en el suelo en menos de 30 segundos.

-Y ahora, a momí y a callá-. Se abrazó a negra Otero y cerró los ojos, acabando con cualquier intención mía de establecer un poco de conversación que tuviera un mínimo de lógica, algo que no había ocurrido desde que había pisado la capital gallega.

Yo, la verdad es que mucho sueño no tenía, pero dónde fueres... ya se sabe. Así pues, me dejé caer en el colchón. Me sentía muy cómoda y sentí que estaba mucho más cansada de lo que creía. Poco a poco me fui relajando, oyendo como una lluvia suave golpeaba el cristal de la habitación, me arremoliné entre las sábanas, complacida por lo agradable de la situación. Tal vez todo lo que estaba ocurriendo era una broma de Barto, planificada en colaboración con todo el personal del hostal. Sí, tenía que ser eso.

Pero en este viaje las satisfacciones duraban muy poco. A través de la ventana entraba algo de luz vespertina y pude comprobar que Barto me miraba fijamente, aunque con un aire más que ausente. Preocupada, le pregunté si estaba bien, pero él no me dijo nada, sólo miraba. Alarmada, me acerqué hacia él para ver si respiraba y entonces me di cuenta de que en realidad no me miraba, sino que tenía los ojos en blanco y respirando con dificultad decía con una voz que parecía de ultratumba “y en el tercer día todos moriréis, todos, todicos, pecadores, jopús...”

No me dio tiempo a reaccionar a semejante profecía. Antes de que pudiera comprobar si Barto dormía o no, Negra Otero saltó sobre mi cabeza de un modo súbito y violento, dispuesta a hacer la gran pelota de su vida con mi cuero cabelludo. Iniciamos una lucha encarnizada mientras Barto seguía igual de agorero: “...y en el cuarto día” – tremendo jadeo asmático- “bajará el ángel negro y se hará pasar por Ernesto Sáez de Buruaga... iiiaaaagg... asín son las profecías y asín se las hemos contado”.

Yo ya lloraba de dolor y clamaba a gritos a Barto que por favor despertara, en un momento de lucidez conseguí asir las pinzas de Negra Otero y estiré de ellas hacia los lados con tanta fuerza que se las partí.

-¡CRI! Muerta soy... - y cayó redonda al suelo. Justo en ese momento Barto se reincorporó. Al ver el cadáver del escarabajo gritó: -¡Negra Otero!, ¿Qué te han hecho?, ¿Has sido, tú, verdad? Me tienes envidia porque he formado una familia antes que tú! -

-Bueno... es que me atacó... y tuve que matarla-

Empezó a llorar y a gritar mientras se retorcía por el suelo, y yo, que tonta del todo no soy, recogí rápidamente mis cosas y salí corriendo como alma que lleva el diablo, mientras oía los gritos de dolor de Barto a mis espaldas.

No paré de correr en un buen rato. Como estaba exhausta y no sabía muy bien dónde esconderme, me decidí a hacer autostop y en poco más de un cuarto de hora, conseguí que un simpático camionero me condujera hasta la frontera con Portugal.

Y allí sigo. Han pasado más de diez años y nada ha vuelto a ser lo mismo. Poco queda de la estudiante despreocupada y sin grandes obligaciones que se fue una semana de vacaciones y apenas estuvo tres horas. Ahora soy un ama de casa con pocas inquietudes y mucha faena. Me casé con el camionero que, mal hombre, no es, pero mira que tiene pocas luces y tuve un par de críos -de los de verdad-, que me dan más quebraderos de cabeza que otra cosa y que han salido tan inteligentes como su padre.

Mis amigos y familia aún me siguen recordando lo mucho que me advirtieron acerca de los peligros de este viaje, pero no me los saco de encima, ni de mi nevera, cada vez que les apetece darse una vueltecita por este lado de la península. Pero qué harta estoy de todo...

En lo que respecta a Barto, nunca más volví a saber de él, al menos como Bartolomé Mesa, traductor y lingüista, pero últimamente aparece mucho en los programas de variedades que pasan por la tele un personaje de lo más bizarro que se hace llamar "El Coplero Sideral". Este artista realiza versiones renovadas y bastante cutres de las coplas que popularizaron gente como Concha Piquer, Juanito Valderrama y otros de la misma cuerda. En los últimos dos o tres años se ha hecho extremadamente famoso, no sólo por sus dotes artísticas, sino por sus constantes enfrentamientos televisados con personajes tan bizarros como él, especialmente con un tal Alber T, "El gaitero políglota".

Tengo fundadas sospechas de que Barto es el famoso Coplero Sideral. A mí no me engaña, detrás de la gruesa capa de máscara en sus pestañas, de sus botas de plataforma hasta el muslo, de su melena cañí y de todo el lamé y la pedrería que luce, sé que es él: lo noto en ese tono de voz nasal, en la samba que se marca sin venir a cuento en cada una de sus actuaciones y sobre todo... sobre todo, en el relicario que cuelga de su cuello y que besa emocionado al final de cada uno de sus números, y en el que aparece la foto de un escarabajo vestido con bata de colegio. No, si muy bien ya no estaba...


jueves, 11 de diciembre de 2008

Dulce Pájaro del Uruguay

Mis amigos siempre me han dicho "escribe, niña, escribe" y yo siempre he reaccionado con cierta reticencia al respecto. Al fin y al cabo, tal vez lo lleve en la sangre, porque según mi padre, en el colegio le felicitaban "porque tenía la letra muy bonita", por lo tanto y siempre según su criterio, algo de él debo haber heredado.
Pero volviendo a los amigos y a su insistencia en mi supuesta vocación literaria, es en ellos en quien me inspiro cuando decido pasar más de diez minutos seguidos delante del ordenador.
La historieta que a continuación podréis leer está basada en mi amigo Martín y la escribí hace unos cuatro añitos. Está llena de chascarrillos y guiños privados, pero creo que más o menos puede entenderse... ¿no?


Debía correr el mes de mayo de 2004 y llegaba tarde a una cita. Me dirigía a toda prisa a la playa de la Barceloneta como alma que lleva el diablo, y la verdad, no sé a qué venía tanta premura. Al fin y al cabo, iba a encontrarme en la playa con mi gran amiga Marilyn Yogui, también conocida como Star Dona y que, tal y como este segundo nombre (artístico) sugiere, nunca se distinguió por su puntualidad. Sin resuello, llegué al encuentro de Marilyn que, contra todo pronóstico, había llegado puntual y quien, en ese momento, sobre una salida de aire del metro, dejaba que su falda fluyera libremente mientras alzaba los brazos cual dios hindú recitando un mantra. Todo muy espontáneo, vamos.


Pretendiendo que su conducta me resultaba de lo más corrientito, le saludé con un par de besos y un "¿qué tal estás?", me dijo que más en forma que yo y le contesté que, aún así, yo, seguía siendo más joven que ella.


Por un momento me pareció notar que echaba espuma por la boca, comenzó a levantar los puños y antes de que yo pudiera pensar "pies, para qué os quiero", su rictus de rabia se transformó en una dulce sonrisa, sus puños en dos gráciles mariposas que se extendían en el aire, sus ojos se cerraron (y el mundo siguió andando en estado de shock ante tal escena) mientras canturreaba algo que a mí me pareció así como "gonoooogorrooggooon" y se quedó más ancha que larga.


Después de este momento Alexis Carrington meets Dalai Lama, las aguas volvieron a su cauce antes de que las manos pudieran llegar a las faces de la vecina. Algo bueno debe tener el yoga que tanta paz proporciona a su belicoso espíritu...


Nos dispusimos pues a dar una vueltecita por la playa. El día era claro y soleado, pero todavía no hacía tiempo como para ir con las carnes muy descubiertas. A pesar de ello, Marilyn insistía en que me quedara en top-less. Nadie se bañaba, nadie llevaba traje de baño, nadie tomaba el sol, y aún así, según ella, yo era una cobarde, gallina, capitán de las sardinas por no querer tomar conciencia de mi propio cuerpo y bla, bla, bla...Yo le contesté que antes que la apertura estaba la sensatez y ella me contestó que antes de peinarse se comía un lichi, que pensara seriamente sobre el significado de semejante acción. Aún le sigo dando vueltas al asunto, no sé por qué, creo que se estaba quedando conmigo, pero como le da ese aire de trascendencia a todo lo que hace...


Cansada ya de intentar mantener el sujetador en su sitio, con escaso éxito, propuse a Marilyn ir a tomar unas tapitas, a lo que accedió gustosa, y acabamos en una linda plaza ante un par de cervezas y unas bravas, que parecieron bajarle al mundo real barcelonetero y una vez iniciado el descenso, antes de llegar a tocar el suelo, reprendió el vuelo y se subió a la mesa, donde se lanzó por rumbitas con letras tales como "cojo la cachimba y me pongo siego" o "y es que me paso el día de juerga, toda la noches sin descansá".


Los pobres comensales que nos rodeaban comenzaron, con ligeros carraspeos y miradas reprobatorias, a llamarnos la atención, pero Marylin se había metido tanto en su papel de Carmen Amaya del método que ignoraba por completo el malestar que a su alrededor estaba causando.


Sorprendentemente, justo cuando más intenso era el trance flamenquil en el que se había sumergido, paró en seco y otra vez, con una encantadora sonrisa me espetó:
-Te voy a presentar a alguien, ayúdame a bajar... ¡Pero qué pandilla de sosos!, ¡haced el favor de aplaudirme!-


Como respuesta sólo recibió el reinicio de las conversaciones salvajemente interrumpidas por su arte.


- Ellos se lo pierden...en fin, hoy vas a conocer un urogallo -


-¿Un qué? - Contesté sorprendida.


- Un urogallo, ya verás qué majo que es, mu limpio y mu buena gente -

Urogallo... ¿Eso no es un pájaro?... ¡Dios, qué nervios! ¿De qué iba yo a hablar con un ave?

-Y es pianista -

¿Cómo? Pero bueno, ¿es que me iban a presentar a un personaje de Barrio Sésamo? Es que esta Marilyn me mete en unos compromisos...

Así que, para que no me pillara desprevenida, empecé a buscar en mi memoria algún retazo de documental de la 2 en la que se hablara sobre el mencionado bicho mientras Marilyn gritaba desde la mesa a un punto que parecía estar al otro lado de la plaza:

- ¡MARTINSITOOOOOO, YUHUUUU!, ¡Ai, no me oye!, ya verás como ahora sí: ¡¡PRIIIIIIIIIII!! -

Vi como en un ventanal un personaje se asomaba algo asustado y agitaba su mano tímidamente en señal de saludo.

-Ya nos ha visto, ahora viene-

-¿Volando?- Pensé. No, bajó a pie, como los seres humanos, mientras, yo seguía recordando pasajes de los documentales de la 2 para que no me pillara por sorpresa:

"El urogallo macho es, sólo por su tamaño, inconfundible, aunque también puede adoptar una indumentaria más alisada: sin "perilla" y sin tornasol verde en el pecho."

Era, sí, inconfundiblemente macho, su indumentaria no sé yo hasta que punto estaba alisada ¡No le iba yo a preguntar si se había planchado la ropa, vamos! Por otro lado perilla no tenía y tornasol verde, ya te digo yo que no.

Se acercó a nosotras con cierta cautela, la verdad es que para pájaro no estaba mal. Hice lo posible por no armar mucho ruido, no fuera ser que se asustara y saliera volando o nos picara salvajemente.

"La hembra es mayor que un gallo de corral, y hasta levanta su vuelo estrepitosamente. Además, su cola es redondeada."

¿A ver si iba a ser hembra? ¡Mira que más grande que un gallo de corral lo era! Lo de la cola redondeada sigue siendo un misterio para mí...Cosas más raras se han visto en este valle de lágrimas...

Marilyn procedió a ejercer de maestro de ceremonias:
- María, éste joven que aquí ves, éste tan guapo y tan listo, tan moreno y con esta voz tan sensual, éste que con tanto embeleso miras... Pues te jodes, que es gay!

"El urogallo puede llegar a acostumbrarse a la cercanía del hombre."

Ejem...y parece ser que mucho no le costaría...

- Por cierto, Martín, María, María, Martín -

El pájaro gay - más asustado y confuso que gay en ese momento- me dedicó una sonrisa educada y temblando, se sentó a nuestro lado. Ante tal situación, y sin saber muy bien qué decir, sólo se me ocurrió preguntar:
- Y esto... ¿Hace mucho que anidaste aquí?

Aunque con una mirada de evidente extrañeza, me contestó con educación:
- Ésteeee, unos tres años. Y vos, ¿sos de acá?-

¿Ese acento? No sabía yo que los urogallos eran aves migratorias...

-Sí, no soy ornitorrinca ni nada parecido -

Su mirada de extrañeza se convirtió en mirada de total estupefacción, se giró hacia donde Marilyn estaba sentada en busca de una pista que le ayudara a entender algo de la situación.

Demasiado tarde, en ese momento ella intentaba arrebatarle el acordeón a un pobre rumano que tocaba algo de Edith Piaf para los turistas.

- Ejem... me parece que se ha pasado en la dosis de flores de Bach para potenciar la amistad hacia lo ajeno- le dije.

Esta vez me miró de un modo diferente, como con cara de "Intentemos dar un poco de sentido a todo esto antes de que salga corriendo, ¡pedazo de locas!"

- ¿Ya probaron el mate?-

- La verdad es que prefiero los M'n'Ms... ¿Eso del mate no es algo que se toma en Argentina y Urug... ¡claro! -¡Eureka, acababa de entenderlo todo!- ¡eres U-RU-GUA-YO!, ¡dame un abrazo, amigo! - y me abalancé sobre él con tremendo desenfreno mientras me dedicaba a palpar algo aquí y allá de su sensual anatomía. Pero él tenía otros planes...

La plaza tenía una salida que desembocaba en el paseo marítimo y en la esquina se hallaba un bar de ingleses ruidoso y un tanto hooligan. Aunque el interior del local parecía el mismo averno, en el exterior habían colocado unas mesas y unas sillas que humanizan hasta cierto punto el denso ambiente que normalmente reinaba. Desde la plaza se podían divisar algunas de las sillas, con el paisaje del puerto como fondo.

Justo en ese momento una de las sillas era ocupada por un hombre de unos treinta años, más bien alto, de constitución atlética, bronceado, cabello castaño oscuro y ojos verde olivo que, a mis espaldas, se estaban encontrando con los ojos azabache de Martinsito, quien, cansado de mi repentino y desaforado cariño me apartó de él con suavidad...una suavidad que me estrelló contra la fuente que había en medio la plaza.

Una vez reincorporada, pude ver como Martinsito, con un brillo especial en los ojos, se acercaba al hombre del bar, quien con una sonrisa de medio lado se presentaba:

- My name is Bridges. James Bridges-

A lo que el uruguayo contestó:
-Pues my name is Sito, Martinsito-

El guiri se puso de pie y tras otra mirada mutua que hizo que las sillas del bar se fundieran como el robot de Terminator II, desaparecieron por el paseo.

"Siempre se ha escrito de los urogallos que son orgullosos en celo, que pierden el miedo delante del hombre y que incluso lo atacan"
Menudo pájaro...

Mientras, Marilyn seguía batallando con el rumano, quien ya le suplicaba de rodillas por su mujer, por sus hijos, por el conde Dracula... que no le arrebatara su método de subsistencia. Decidí seguir su ejemplo, (el de Marilyn, no el del rumano) y le arrebaté el poncho a un boliviano al grito de ¡¡¡LA ORNITORRRINCA PASAAAAA!!!

FIN

Barcelona, 28 de agosto de 2004

martes, 9 de diciembre de 2008

Dedicado a Encarna

Lo de esta amiga mía es muy fuerte. Como le pasa a Jesucristo (Superstar, no creo que pudiera aceptar a otro), su reino no es de este mundo.
Así que señoras y señores, se encienden los focos, los boys ya están preparados y Encarna, envuelta en plumas de marabú, baja las escaleras cantando esta canción...

Soy la mejor, soy la mejor

Vosotros siempre estáis cansados

Y yo no, porque soy la mejor

Vosotros siempre tenéis hambre

Y yo no, porque soy la mejor

Vosotros tenéis lorza y yo no

Porque soy la mejor, soy la mejor

Los pitillos me hacen bolsa

Y a vosotros no, porque soy la mejor

En verano sudáis todos y yo no

Porque soy la mejor, soy la mejor

Mis zuecos me protegen del frío

Y a vosotros no, porque soy la mejor

Vosotros os hacéis mayores y yo no

Porque soy la mejor... y soy muy pop

Yo soy muy pop, yo soy muy pop

Mi peinado es el correcto

Y el vuestro no

Porque yo soy muy pop

Yo soy muy pop...

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Errores de casting

Si Stanley hubiera considerado otras opciones...







¡Yo soy Espartaco!!








¡No! ¡Yo soy Espartaco!!