sábado, 13 de diciembre de 2008

El Efecto Vacaloura


Basado en hechos reales...

Yo, muy bien ya no estaba cuando decidí tomarme aquellas infaustas vacaciones del verano de 2002. Y mira que ya me habían avisado mis parientes y amigos: que no tienes la suficiente madurez emocional, María -que no tenía la suficiente madurez intelectual, me decían los más bordes-, que lo vas a pasar mal, que a saber a qué se dedicará tu amigo ese, que esto no te va a traer nada bueno, que tú no eres nada competitiva... pero yo erre que erre, que más se perdió en Cuba que vosotros no lo conocéis, que es muy buen muchacho pa sus cosas. Yo qué sé, sólo quería irme de vacaciones.

La cuestión es que algo raro me olí yo cuando bajé del tren, y no es que sea especialmente intuitiva. En la estación de tren de Santiago de Compostela me esperaba mi amigo Barto con una amplia sonrisa y algo que parecía un bebé envuelto en una toalla blanca y que mecía suavemente entre sus brazos. "¡Caramba con Bartolo!" -pensé- "¡si que le cunden las visitas a esta santa tierra!". Imaginé que el año anterior algún pendón compostelano se lo habría camelado y ahora se veía obligado a ir de un lado a otro cargando, cual gitana de Rumania, con un churrumbel. Aún así, se le veía radiante y me abstuve de proferir ningún comentario hiriente, ya que un padre primerizo puede ser un elemento muy sensible.


A medida que me acercaba al mozo, percibí que el objeto que con tanto amor acunaba tenía aproximadamente el tamaño de una mancuerna de dos quilos. Pequeño para ser un bebé... humano.

-"Qué bonita que es mi niña, qué bonita cuando duemme, que parece una amapola entre los trigales verdes..."-

Lo que faltaba, no sólo era padre, además era tonadillero.

-¿Barto?-

-¡María! Mira, Negra Otero, mira quien ha venido, ¡la Tita Mari!-

¿Tita Mari? ¿Ésa soy yo? ¿Negra Otero? ¿Estoy empezando a tener miedo nada más llegar? ¿Tenían razón mis amigos y familiares y aquel viaje tenía más peligro que una visita guiada a la central nuclear de Chernovil? Eran demasiadas preguntas para una recién llegada adormecida. Aún así, como soy muy educada, le mostré la mejor de mis sonrisas al resplandeciente Bartolo, le di un par de besos en sendas mejillas y mirándole con cara de "tú ya sabes que me tienes pa lo que quieras en estos momentos tan difíciles", me incliné suavemente para reconocer a su criaturita, y en ese mismo instante, creí morir: Lo que Barto mecía con tanto cuidado era una especie de escarabajo negro y enorme, poseedor de unas enormes pinzas frontales y que yacía patas arriba.

- Negra Otero, Negra Otero, dale un besito a la tita Mari, perdónala, hija, es que me ha salido más tímida... -


Queriendo entender que no hablaba en serio, le seguí la corriente y con tono jocoso le contesté:

-Deja, deja, ya sabes como son los críos, cuanto más les fuerces a hacer una cosa, más se rebelan-

-¡¡¡Cri-cri-cri!!!!-

-¡Ole mi niña, si ya dice sus primeras palabras! ¿Oyes, María, cómo dice "papi, papi”? Acércate, mujer, cógela si quieres-

-No, deja, no tengo prisa... si hay más días que sartenes-

-¡Porra, no seas tímida!, fritico me tenéis entre la niña y tú, ¡tanta timidez, tanta timidez!-

-No es una niña... –

-¿Cómo dices?-

- Para ya, hombre, ¿no ves que...?, ¡ui, qué ruido hace!-

-¡¡¡Cri cri cri cri!!!-

-¡Negra Otero!, como no le des un beso a la tita Mari, me saco la chancla y te pongo las tenazas del revés, tú tranquila, que no le sirven pa na-


Como ya he mencionado, no quería herir sus sentimientos
paternozoofílicos y me incliné sobre el bicho con una -más que forzada- sonrisa.

-¡Dios mío... ay!!!, ¡Se me ha agarrado a un pezón!!!-

-Discúlpala, es que a esta hora le suelo dar la merienda, y claro, la pobretica debe estar con hambre-

Reí histéricamente.

-Me irás a decir ahora que la cosa esta mama... -

-Oye, oye, un poco de respeto. "La cosa", como tú le llamas, tiene un nombre. Y no, mamar no mama, secciona. Pero no seas así, mujer, ¿no ves lo bonita que es?-

- Lo que tú digas, pero que se me suelte que... ¡¡¡¡ ay, quita, bicho!!!-

-Negra Otero, que no te lo tenga que repetir, Negra Otero es su nombre-

Asustada, yo, ya lo estaba y eso que no sabía que lo peor estaba por llegar, que aquella visita es lo más parecido a una de esas películas de terror americanas para adolescentes que he vivido en mi vida.

Después de un paseo por las calles de Santiago, en el que Bartolo me hizo llevar la maleta en la boca porque si no "Negra Otero se pone muy nerviosa", llegamos al hospedaje donde Bartolo y su vástaga vivían su extraña existencia. El primer sobresalto me lo llevé con la dueña, que me recibió con sin igual desenfreno.

-Ay... eres la hija que nunca tuve... son 15 euros por noche, ¡puta!-

En ese instante, tal vez asustado por el agudo tono de voz de Maruxa, el escarabajo saltó de los brazos de Barto y emprendió su huida pasillo a través. Por su parte, Barto salió corriendo detrás mientras lloraba amargamente.

-Mi niña, ay, ¡mi niña!, que está en la flor de la vida y algún vicioso me la va a desflorá... -

Así que quedé a la suerte de la Señora Maruxa, una gallega de pequeña estatura y enorme esquizofrenia que ora me comía a besos, ora me corría a alpargatazos. En una sus fases pacíficas me acompañó hasta el cuarto donde Bartolo dormía, mientras subíamos las escaleras, dos escenas llamaron mi atención: la primera transcurría en uno de los cuartos de baño, donde un hombre pequeño, de apariencia sombría, recolectaba pelos en un cuarto de baño y por cada pelo que añadía a su colección, emitía un gritito ahogado como de placer. Aunque algo asqueada, incliné la cabeza en señal de saludo, pero el personaje cerró la puerta de una patada. Después, en
el sofá de lo que parecía ser un salón familiar, se sentaban dos hombres. Uno de ellos, de unos treinta años, con acento brasileño y aspecto de seminarista, aleccionaba al otro, de unos cincuenta años, cabello muy blanco y que abrazaba con aire ausente una foto enmarcada de Juan Pardo, acerca de los poderes curativos de los percebes, especialmente si estos se comían sobre una gaita hinchada.

-Outra cousa te hinchaba yo a ti, maricón... -

-¡¡¡¡UUHHHH!!!-

-Aquí todos nos queremos mucho, este es un ambiente muy familiar, bonita - dijo Maruxa -Te vas a sentir como en casa, cerda, ¡ni se te ocurra mirar a mi marido! - añadió, refiriéndose al hombre que abrazaba la foto de Juan Pardo.


A menudo remanso de paz y fraternidad me había traído Bartolo. Aún así, conservé el espíritu bien alto ante la expectativa de conocer la ciudad, y por qué no, de comerme un buen pulpo a feira, pero me duró poco, Bartolo entró en la habitación con Negra Otero en brazos y solemne, pronunció las siguientes palabras:

-Aquí, la verdad, comemos poco, mi Negra otero es de lo más frugal y yo he decidido seguir su ejemplo: Nada de empanada, nada de pulpo, nada de ribeiro, que se me pone todo en los muslos- y esto lo decía mientras el bicho destrozaba con sus fauces un libro de gramática gallega. Bartolo la miraba embelesado.

-Qué aplicada que es..., mira como estudia-

-¡Te está destrozando el libro, Barto!- Contesté alarmada.

-No, mujer, lo que ocurre es que estudia con ahínco-

De lo que fue un libro de texto ahora sólo quedaba una pelota de papel que Negra Otero empujaba de un lado a otro de la habitación, y unas hojas rotas y sueltas por el suelo. Sin avisar, entró Maruxa en el cuarto arrastrando un pequeño colchón y unas sábanas que, con su brusca amabilidad, arrojó sobre mi persona. Caí en una esquina del cuarto, y durante unos segundos en los que no conseguí ver nada, llegó a mis oídos la siguiente conversación:

-ZIIIP-

-¡Maruxa, que te pierdes!-

-¡No eres guapo, pero pareces gallego!-

-¡Suelta eso, aaayyy, Negra Otero, ataca!-

-¡No te me resistas, morenu!, ¿Qué es esto?, ¡Dios nos asista, vacalouras, haberlas, haylas!-

-¡BAM!-

Cuando conseguí deshacerme del lío de colchón y sábanas, vi a Barto sentado en su cama, despeinado y subiéndose la bragueta. De un salto me arrebató el colchón y las sábanas, y sin mediar palabra, improvisó una cama en el suelo en menos de 30 segundos.

-Y ahora, a momí y a callá-. Se abrazó a negra Otero y cerró los ojos, acabando con cualquier intención mía de establecer un poco de conversación que tuviera un mínimo de lógica, algo que no había ocurrido desde que había pisado la capital gallega.

Yo, la verdad es que mucho sueño no tenía, pero dónde fueres... ya se sabe. Así pues, me dejé caer en el colchón. Me sentía muy cómoda y sentí que estaba mucho más cansada de lo que creía. Poco a poco me fui relajando, oyendo como una lluvia suave golpeaba el cristal de la habitación, me arremoliné entre las sábanas, complacida por lo agradable de la situación. Tal vez todo lo que estaba ocurriendo era una broma de Barto, planificada en colaboración con todo el personal del hostal. Sí, tenía que ser eso.

Pero en este viaje las satisfacciones duraban muy poco. A través de la ventana entraba algo de luz vespertina y pude comprobar que Barto me miraba fijamente, aunque con un aire más que ausente. Preocupada, le pregunté si estaba bien, pero él no me dijo nada, sólo miraba. Alarmada, me acerqué hacia él para ver si respiraba y entonces me di cuenta de que en realidad no me miraba, sino que tenía los ojos en blanco y respirando con dificultad decía con una voz que parecía de ultratumba “y en el tercer día todos moriréis, todos, todicos, pecadores, jopús...”

No me dio tiempo a reaccionar a semejante profecía. Antes de que pudiera comprobar si Barto dormía o no, Negra Otero saltó sobre mi cabeza de un modo súbito y violento, dispuesta a hacer la gran pelota de su vida con mi cuero cabelludo. Iniciamos una lucha encarnizada mientras Barto seguía igual de agorero: “...y en el cuarto día” – tremendo jadeo asmático- “bajará el ángel negro y se hará pasar por Ernesto Sáez de Buruaga... iiiaaaagg... asín son las profecías y asín se las hemos contado”.

Yo ya lloraba de dolor y clamaba a gritos a Barto que por favor despertara, en un momento de lucidez conseguí asir las pinzas de Negra Otero y estiré de ellas hacia los lados con tanta fuerza que se las partí.

-¡CRI! Muerta soy... - y cayó redonda al suelo. Justo en ese momento Barto se reincorporó. Al ver el cadáver del escarabajo gritó: -¡Negra Otero!, ¿Qué te han hecho?, ¿Has sido, tú, verdad? Me tienes envidia porque he formado una familia antes que tú! -

-Bueno... es que me atacó... y tuve que matarla-

Empezó a llorar y a gritar mientras se retorcía por el suelo, y yo, que tonta del todo no soy, recogí rápidamente mis cosas y salí corriendo como alma que lleva el diablo, mientras oía los gritos de dolor de Barto a mis espaldas.

No paré de correr en un buen rato. Como estaba exhausta y no sabía muy bien dónde esconderme, me decidí a hacer autostop y en poco más de un cuarto de hora, conseguí que un simpático camionero me condujera hasta la frontera con Portugal.

Y allí sigo. Han pasado más de diez años y nada ha vuelto a ser lo mismo. Poco queda de la estudiante despreocupada y sin grandes obligaciones que se fue una semana de vacaciones y apenas estuvo tres horas. Ahora soy un ama de casa con pocas inquietudes y mucha faena. Me casé con el camionero que, mal hombre, no es, pero mira que tiene pocas luces y tuve un par de críos -de los de verdad-, que me dan más quebraderos de cabeza que otra cosa y que han salido tan inteligentes como su padre.

Mis amigos y familia aún me siguen recordando lo mucho que me advirtieron acerca de los peligros de este viaje, pero no me los saco de encima, ni de mi nevera, cada vez que les apetece darse una vueltecita por este lado de la península. Pero qué harta estoy de todo...

En lo que respecta a Barto, nunca más volví a saber de él, al menos como Bartolomé Mesa, traductor y lingüista, pero últimamente aparece mucho en los programas de variedades que pasan por la tele un personaje de lo más bizarro que se hace llamar "El Coplero Sideral". Este artista realiza versiones renovadas y bastante cutres de las coplas que popularizaron gente como Concha Piquer, Juanito Valderrama y otros de la misma cuerda. En los últimos dos o tres años se ha hecho extremadamente famoso, no sólo por sus dotes artísticas, sino por sus constantes enfrentamientos televisados con personajes tan bizarros como él, especialmente con un tal Alber T, "El gaitero políglota".

Tengo fundadas sospechas de que Barto es el famoso Coplero Sideral. A mí no me engaña, detrás de la gruesa capa de máscara en sus pestañas, de sus botas de plataforma hasta el muslo, de su melena cañí y de todo el lamé y la pedrería que luce, sé que es él: lo noto en ese tono de voz nasal, en la samba que se marca sin venir a cuento en cada una de sus actuaciones y sobre todo... sobre todo, en el relicario que cuelga de su cuello y que besa emocionado al final de cada uno de sus números, y en el que aparece la foto de un escarabajo vestido con bata de colegio. No, si muy bien ya no estaba...


3 comentarios:

Samedimanche dijo...

Muy bien, señora!!!!!
Al fin se ha pasado al blog y se ha decidido a escribir!!!!
Felicidades!!!!

Insonrible dijo...

Quería ponerte algo hace días, pero tus cuentos requieren su tiempo de lectura.

Me ha gustado mucho este último cuento.

Closeau dijo...

Gracias, señoras, por su aliento.