miércoles, 29 de julio de 2009

Haraganeando


Y en fin, ha arribat l,hora dels adéus…

Es mi última tarde en Paris y no estoy haciendo nada. Pero por esta vez, no me siento culpable, porque en todo este mes no he parado ni un minuto. Cada vez que no sabía qué hacer, no tardaba ni cinco minutos en obligarme a encontrar algo y ponerme en marcha. Solo tenía un mes y no me podía permitir el lujo de perder un instante. Un día en Paris ha sido como una semana entera en Barcelona y tengo la sensación, a pesar de lo deprisa que ha pasado el tiempo, de que no hace un mes sino un año que estoy aquí.

Ahora espero una llamada que no sé si se producirá y tampoco me importa demasiado. Saldré un rato de todos modos, a cenar algo o a tomarme una copa. Lo bueno (o lo malo, según se mire) de esta ciudad es que estar solo no es ningún estigma. Hay un montón de gente así y no es raro encontrarla en las terrazas acompañados únicamente de su cerveza y un libro. También hay mucho solitario que se ha ido totalmente de la bola, pero creo que eso es normal en las grandes ciudades. Es fácil perderse en la multitud.

No sé qué más añadir, quisiera ser muy trascendental en este momento, pero es imposible, porque si hay algo que no he sido durante todo este tiempo es trascendental. Desde el primer día comprendí que no tenia tiempo para eso. Y aun siendo consciente de que estoy de vacaciones y por lo tanto en un auténtico globo, tengo la respuesta a la pregunta que le hice a Paris en mi primer texto: Et toi, Paris, tu m’aimes?

Pues creo que si, no sé como definirlo, pero Paris me envuelve y me hace sentir muy… mujer, muy attirant. En la vida me han mirado tanto ni del modo en que me miran aquí…

Asi que, con todo el dolor de mi corazón, me despido de ti, Paris, pero como bien sabes, todas las historias de amor acaban en un momento u otro. Y la nuestra es la mejor historia de amor que yo haya tenido en mi vida. Je t’aime, ouiii, je t’aimeee, dudududu dudu dudu dudu du du…

domingo, 19 de julio de 2009

Momentos “Ser”


No, estos momentos no son en los que me paro a planchar mientras escucho la famosa cadena de radio. Para nada. Según mi amigo Martín, a mi, no me hace falta hacer nada para resultar cómica, solo tengo que “ser”. Y en fin, tenia que ocurrir algún día y el momento llegó el 16 de julio. Me caí. Espectacularmente. Creo que es el tercer o cuarto “accidente” desde que he llegado. El primero fue el Mortadelo que se abalanzó sobre mi en la calle Mercadet, al más puro estilo Pepe le Pew. Si es que a eso se le puede llamar accidente. Mi sobresalto, al menos, fue mayúsculo. El segundo fue el cabezazo que me di tumbándome en el sofá con… Esto ya lo explicaré en un capítulo aparte, so perras. Creo que aun tengo el chichón.


Pero nada comparado a mi súbito encuentro con el trotoir parisino. Esa especie de canalones traicioneros de las aceras de esta ciudad. Así debió morir Stiv Bators, seguro que no estaba drogado, sino que tropezó y tuvo menos suerte que yo. De todos modos, creo que solo me vio una chica que llevaba un bebé en brazos y que me miro con cierta compasión…



Bonjour, Tristesse, 14 de julio


















Oh, la grandeurrrr



El día de la fiesta nacional fue el único día triste que he tenido desde que llegué a Paris. El único día que sentí el peso de la soledad. El único en el que me sentí abandonada. Aun así, no quería quejarme después de haberme lanzado de cabeza a experiencias que no tenían por qué salir bien. Así pues, decidí regalarme una buena cena en un lugar tranquilo, casi vacío. Ese día, por la calle solo veías a militares y turistas igual de perdidos. Los parisinos habían desaparecido. Yo misma, lo había hecho en la víspera (casi de forma involuntaria), fui a un lugar llamado Richeville y no volví hasta la mañana. Comí con Hervé, me desahogué un poco con él, fui a ver La Panthere Rose, con un profundo dolor de cervicales. Paseé desde el 9ème hasta el 6ème y al final me detuve en la plaza Saint Georges, en la terraza de un restaurante griego. El momento del día que decidí que ese día tenia que ser tan bueno como cualquier otro. La lección de que la felicidad de uno no depende de los otros ya la aprendí hace un buen rato. Con todo, hay cosas que nunca dejaran de dolerme, porque lo mucho o poco que haya aprendido tampoco me ha hecho de piedra.

La cena no me sentó muy bien. Tenia la regla y tuve que volver a casa y perderme los fuegos artificiales de la Tour Eiffel. Pero… Desde la ventana de esta buhardilla de Montmartre, hay una vista esplendida y pude ver a lo lejos los fuegos de alguna parte de la Banlieu. Me fui a dormir tranquila, con otra lección que también aprendí hace tiempo, una mala noche la tiene cualquiera.

viernes, 10 de julio de 2009

Il pleut



















Martes, 7 de julio


Llueve en Paris, muy fuerte y yo sigo con la agenda desorganizada. Ahora me protejo de la lluvia en el “tinao” de una tienda pija de la Rue de Saint Honoré. A mi lado, bolsas de loneta en diferentes colores que costaban 75 euros rebajadas a 38. Siguen siendo igual de feas y siguen teniendo el mismo aspecto de poder comprarse en cualquier mercadillo. No he escogido el mejor barrio para un día de lluvia. Solo lo es para gente como Lady Di y mira como acabó.

miércoles, 8 de julio de 2009

La Estación de Chatelet
















Si habéis estado en Paris, es bastante probable que conozcáis la estación de Chatelet. Uno de esos puntos de confluencia de varias líneas de metro, tren y miles y miles de personas de camino al trabajo o a donde quiera que vayan. En todas las ciudades suele haber una o varias estaciones como esta. Un lugar en el que, si no estás demasiado acostumbrado a las multitudes, puedes sentirte muy, pero que muy pequeñito e intimidado, con ese transbordo con cuatro pasillos diferenciados, dos pasarelas correderas, de un solo sentido (si no lo tienes en cuenta, corres el riesgo de morir pisoteado).

La cuestión es que me trasladaba yo por una de esas pasarelas, contemplando la marea humana mientras intentaba no despistarme demasiado, cuando se me paso por la cabeza la imagen de una pastora de cabras de, pongamos, el monte Atlas a la que de repente dejaran abandonada allí en medio. Con las cabras.

Como la imagen me hacia tanta gracia, al llegar a casa de Hervé, el amigo que me tiene alojada, se la expliqué. Y él, muy tranquilo, me contestó que si en los Champs Elisés plantan trigo y en el Sena se montan una playa en verano, tampoco sería tan raro que un rebaño de cabras se estableciera en la estación de Chatelet. Qué nostalgia de la naturaleza, por Dios.

domingo, 5 de julio de 2009

Femme à Lunettes














Mi primer poyete parisino


Viernes, 3 de julio


Primeras impresiones


Antes que nada, pido perdón por los posibles errores ortográficos. Escribo con un teclado no preparado para la lengua castellana y el corrector de Word hace lo suyo hasta donde puede.


Por supuesto, he dormido fatal, estaba demasiado inquieta. Con el miedo a lo que vaya o no vaya a hacer durante este mes. El miedo a perderme, al igual que en mi anterior visita a Paris, era infundado. Los nervios han ido desapareciendo en cuanto el avión ha aterrizado. Qué fina es Air France! Creo que perfuman el interior de los aviones. Salía un humillo de los conductos de ventilación (pelin inquietante en un primer momento) que no recuerdo haber visto en otras compañías. Seguro que era perfume!


De momento, la gente es amable conmigo. No he tenido la oportunidad de comprobar la famosa mala leche parisina. Será que yo viajo a un Paris paralelo, de una Francia paralela con franceses paralelos?


Cuando he subido al tren, a pesar de la duda constante de si me había equivocado de línea, viajaba tranquila, revisando el mapa de los transportes y entonces, por la ventana, he visto dos mariposas. Dos mariposas francesas. Qué redundancia ser mariposa y ser francesa! A mi, por ejemplo, no deja de sorprenderme que haya futbolistas franceses… Esa profesión tan machota. En fin…


Y ya con la calma que me ha proporcionado ver que entendía las indicaciones del aeropuerto, del tren, del metro, he llegado a Jules Juffren hacia las dos de la tarde. Me he parado a fumar un cigarro (de la victoria), he enviado un sms a Hervé y he ido a comprar un bocata con la intención de comérmelo en uno de los bancos que hay a la salida del metro, pero estos habían sido ocupados por los primos parisinos de Eleanor Rigby. Así que he decidido probar suerte y encontrar un rincón íntimo donde pudiera comer tranquila. No he tardado nada. A la salida del metro hay una iglesia y en una calle lateral hay una especie de poyete, donde sigo, observando al personal con discreción, no sea que reciba una paliza como la que le dan a Steve Buschemi en Paris, Je t’aime. Et toi, Paris? Tu m’aimes?


Ya veremos.