lunes, 15 de diciembre de 2008

Winterville y Summertown

La chica de Winterville y el joven de Summertown se conocieron en un crucero por Springfield. Ella jugaba con un balón hinchable al borde de la piscina, con su biquini blanco de lunares rojos. El joven de Summertown la miraba extrañado, sentado en una tumbona, protegiéndose del fresco – que él sentía – con su blazer, su cuello cubierto por un pañuelo anudado a modo de corbata y una mantita ¿Es que no tenía frío? Mírala, encima ahora se lanzaba sonriente a la piscina como una especie de misil pequeño y redondo. La muy inconsciente, se va a resfriar...

¡SPLASH!

¡PERDÓN, SEÑOR!


La muy perra, ¿por qué estaba tan feliz? Los únicos seres con menos ropa en el mundo eran los miembros de algunas tribus del Amazonas, y allí estaba ella, venga a dar volteretas y grititos, revolcándose como un cerdo en el barro.

- Señor, lamento haberle puesto perdido, ¿cómo podría compensarle?

- ¡Vistiéndose, descarada! ¡Y deje de salpicarme!

- Pero con lo rica que está el agua... vamos, anímese y venga a darse un chapuzón conmigo.

- ¡No! ¡Hace mucho frío!

- ¿Frío? – Pensó la chica de Winterville – Se va a enterar este de lo que es el frío... Muy bien, pues lo arreglaremos de la siguiente manera: le invito a pasar un fin de semana en mi casa, donde será tratado con el debido respeto y atención.

El joven aceptó la invitación y semanas más tarde tomó el expreso que recorría la distancia que separaba las dos ciudades. Durmió durante todo el trayecto, hasta que una intensa sensación de frío lo despertó. Se asomó a la ventana, descubriendo un paisaje semejante al de una postal de Laponia. En el andén apreció la figura de la chica de Winterville, esta vez vestida con un abrigo rojo, unos manguitos y un gorro de piel. Parecía un personaje del Doctor Zivago. Seguía sonriendo... ¡El frío no es gracioso!

La puerta del tren se abrió y la más que baja temperatura heló hasta su última gota de sangre.

- Mire, señorita, de veras que agradezco mucho su oferta, pero si doy un paso más, moriré. De todos modos, deseo agradecerle su invitación. ¿Por qué no viene usted a verme a mi finca en Summertown? Le prometo que será bienvenida y le dejaré chapotear todo lo que quiera en mi piscina.

Algo desconcertada, aceptó la invitación y contempló cómo el tren se perdía en la lejanía.

Pasaron unas semanas y la chica de Winterville realizó el trayecto inverso. Al contrario que el joven de Summertown, permaneció despierta durante todo el camino, observando el cambiante paisaje, emocionada ante la perspectiva del chapuzón en la piscina.

El joven de Summertown llegó un poco tarde a la estación de tren. El expreso que llegaba de Winterville ya había partido, pero imaginó que la chica lo esperaría. Miró a un lado y a otro, pero no vio a nadie. De repente, algo en el suelo llamó su atención. Había un charco con algo que parecía un trozo de tela. Se acercó y contempló que lo que había sobre el charco era un biquini blanco. Con lunares rojos.

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