domingo, 19 de julio de 2009

Bonjour, Tristesse, 14 de julio


















Oh, la grandeurrrr



El día de la fiesta nacional fue el único día triste que he tenido desde que llegué a Paris. El único día que sentí el peso de la soledad. El único en el que me sentí abandonada. Aun así, no quería quejarme después de haberme lanzado de cabeza a experiencias que no tenían por qué salir bien. Así pues, decidí regalarme una buena cena en un lugar tranquilo, casi vacío. Ese día, por la calle solo veías a militares y turistas igual de perdidos. Los parisinos habían desaparecido. Yo misma, lo había hecho en la víspera (casi de forma involuntaria), fui a un lugar llamado Richeville y no volví hasta la mañana. Comí con Hervé, me desahogué un poco con él, fui a ver La Panthere Rose, con un profundo dolor de cervicales. Paseé desde el 9ème hasta el 6ème y al final me detuve en la plaza Saint Georges, en la terraza de un restaurante griego. El momento del día que decidí que ese día tenia que ser tan bueno como cualquier otro. La lección de que la felicidad de uno no depende de los otros ya la aprendí hace un buen rato. Con todo, hay cosas que nunca dejaran de dolerme, porque lo mucho o poco que haya aprendido tampoco me ha hecho de piedra.

La cena no me sentó muy bien. Tenia la regla y tuve que volver a casa y perderme los fuegos artificiales de la Tour Eiffel. Pero… Desde la ventana de esta buhardilla de Montmartre, hay una vista esplendida y pude ver a lo lejos los fuegos de alguna parte de la Banlieu. Me fui a dormir tranquila, con otra lección que también aprendí hace tiempo, una mala noche la tiene cualquiera.

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